Becaria de 29 años decide tomarse un año sabático

Este año he decidido no trabajar (si entendemos que un trabajo debe ir necesariamente asociado a los términos de jefe y sueldo). He decidido no luchar por ese salario que me daría una empresa, seguramente inferior al mínimo. Nunca he cobrado un céntimo más. Ese mercado, al que probablemente tenga que regresar más pronto que tarde, (unido a un carácter complicado, claro) me ha llevado a pasar por dos depresiones. Leves. Pero depresiones al fin y al cabo.

Se habla mucho de salud mental, pero pocas veces hablamos de lo que nos lleva a perderla. A mí me han llevado a ellas el trabajo, la inercia y, sobre todo, la obligación de verme sumida en un mar de responsabilidades en días que sencillamente me hubiera gustado no estar en este mundo. No como un sinónimo de un día perro o un día malo (¿quién no los tiene?), sino como un homólogo de desaparición. Y todo, ¿para qué? ¿Para que me despidieran de una empresa en la que di absolutamente todo de mí misma (mis mejores ideas, mis mejores textos, mi mejor predisposición)?

Acabo de llegar a la conclusión (con esa claridad que da la escritura) de que a esa segunda crisis llegué tras comenzar un nuevo trabajo en el que apenas tenía dos obligaciones: ser y estar (y casi ni eso podía). ¿Todo lo que había estado haciendo previamente de qué me había valido? Volvía a ser becaria. Una becaria de 29 años que ya había probado el dulce néctar del mileurismo. Una becaria que creía haber encontrado su camino laboral solo para después perderlo. Una becaria que aspiraba a un sueño, ahora lo sé, imposible: un trabajo de redactora que me gustara con un salario decente y unas condiciones que me permitieran tener vida más allá del curro y, lo más importante, ganas de tenerla. Joder, cómo no sentirse así.

Supongo que la responsabilidad de mi deriva no es solo del camino. Yo también he debido de tomar malas decisiones, pero desde luego el mercado laboral, el del periodismo y el del marketing al menos, tampoco es que lo ponga fácil. Y las ganas se gastan. La fuerza que tenía con 20 no es la misma que la que hoy me queda. Me he resignado. Me he vuelto incluso, esta vez sí, perezosa. Si algo me da miedo me invento excusas para no afrontarlo. Si quiero desaparecer, sencillamente, lo hago.

Ojalá vagar por un cementerio de obligaciones descompuestas en los pliegues de un edredón. Quiero ser (la) Aurora contemplando la calma de una rueca que al fin ha dejado de girar. Que sea mi madre la que entreteja con sus manos los colores de un cielo en el que no me hallo y no haya beso que me aparte de los brazos de Morfeo.

Y este desvanecimiento deja el placer de la estabilidad en mi mente. Al menos, así ha sido las veces que me lo he permitido. Desaparecer me permite renacer. Resistirme a la fuerza de su arrollo me envuelve en una espiral de hastío. 

En fin, que, después de todo, me planté. Hablé con quien tenía que hablar, mis padres y mi pareja. Quería abandonarlo todo para dedicarme a escribir la historia de mi abuelo, la que es a su vez la historia de mi familia y, de algún modo, de mi vida. Al principio, un poco de morros por parte de los primeros. Todo el apoyo del segundo. “El trabajo te hace infeliz”. Él fue quien se dio cuenta por primera vez. Effy Stonem ya lo dijo: "They say that I can't last a day in the real world, I say you wouldn't survive one night in mine".

Y ha llegado el año. Mi irregularidad sigue siéndolo, pero la curva de mi salud mental es hoy una recta. "Estas gotas que se escurren por mi rostro, estas gotas que, por una vez, no son lágrimas". Son el sudor por sacar adelante un proyecto que quizás mañana sea fracaso. Hay días que no. Más excusas. Recupero en fin de semana. Y así. Voy luchando. No me toman en serio. “Un año sabático”, “podrías aportar un poco”, "los ahorros se acaban", etc. El trabajo, dicen, dignifica (no sé Rick, parece falso). Pero es que, además, dignifica el trabajo que ellos consideran. ¿Si no hay sueldo no hay trabajo? Parece que no. No me toman en serio. ¿Escribir en casa? JAJA.

Lo diré muchas veces más, hasta que yo misma me lo crea, hasta que yo misma me tome en serio. Trabajo en casa. Escribo en casa. Permitidme la osadía de dedicarle un año, solo un año, al proyecto de mi vida, conservando y recuperando mi salud mental. Ya que puedo. Ya que tengo el apoyo de los más importantes. Ya que soy, en definitiva, una persona privilegiada (ser consciente de esto también es importante). ¿No? "Tú te puedes levantar a la hora que quieras". "¿Y no has pensado trabajar a la vez?". ¿En serio? Me importa más de lo que me gustaría, pero ¿sabéis que? Que os den por culo.

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